lunes, junio 23, 2008

De acuerdos y soberbias




Domingo a Domingo
Domingo 22 de junio de 2008


Gustavo Petro
Senador del Polo Democrático


Cuando explote la narco burbuja, la sociedad colombiana experimentará un guayabo atroz. La historia económica no lo llamará el "efecto tequila", como en México, o el "efecto Menem", como en Argentina, sino que le pondrá un nombre mucho menos gratificante para nuestra dignidad nacional. Su síntoma final será la caída del peso y nos dejará un estado quebrado, y una sociedad empobrecida económica y espiritualmente.

Ese será el momento del Acuerdo Nacional porque la mayoría de la población lo respaldará como su formula. Como por arte de magia, uribistas y miembros de la oposición, fuerzas sociales diversas se juntaran en ideas comunes. Lo que yo llamó los mínimos fundamentales por los pocos acuerdos pero fundamentales porque serán los imprescindibles para sacar a Colombia de la guerra y el guayabo.

Girarán alrededor de ideas simples pero que hoy se quieren invisibilizar. Una de ellas tendrá que ver con lo que mi mamá llamaba la carestía": la escasez de alimentos y sus precios exorbitantes, la otra definirá quien es el propietario del estado, si las mafias o los ciudadanos.

Como por arte de magia, la inmensa mayoría de la población reconocerá que para acabar el hambre y disminuir la pobreza se deberá bajar el precio de los alimentos, y que eso se logrará produciendo más en más tierra, y subsidiando estatalmente a los productores. Y de pronto descubriremos que solo producimos alimentos en dos millones de hectáreas, pero que tenemos quince millones disponibles en tierras fértiles, solo que están allí improductivas porque son señoríos de las mafias, y que si utilizamos racionalmente esas tierras lograríamos nutrir toda la población urbana, y además exportaríamos más de 40 millones de toneladas a un mundo hambriento, y que además se podríamos democratizar el crédito a partir del incremento de la cartera agraria, y el saber de las universidades dedicadas a la investigación sobre el sector, y la industria en la forma agroalimentaria.

De pronto entenderíamos que la paz y el fin de la guerra consistía simplemente en integrar a nuestros campesinos a las decisiones políticas y al progreso económico, entregarles las tierras de las mafias y convertirlos en prósperos granjeros con subsidios de toda la sociedad que valen menos que la guerra. Que la paz no era recibir manos sino entregar tierras y tractores.

El ministro Arias sería recordado con algún mal recuerdo cómico sobre su ignorancia, y Holguín simplemente no sería recordado.

Pero también los ciudadanos de pronto comprenderían que el Estado no es más que el poder público y que su propietario son ellos mismos y no los tiranuelos con ganas de monarquía hereditaria, o peor aún, los traquetos vestidos de políticos. Recordaríamos que la Constitución de 1991 decía precisamente eso y que habría sido una estupidez haber creído en la regeneración propuesta por Uribe al aplicar de nuevo la autoritaria constitución de 1886, aconsejada por un grupo de notables y aplaudida por quienes propusieron el pacto de Ralito para reconstituir la Patria en alianza con las mafias.

Como por arte de magia sabríamos que era más importante acortar la guerra que perpetuarla.

Tal es el talante del Acuerdo Nacional que me he atrevido proponer y que se aleja un tanto de la alianza simplemente anti uribista que propone Lucho, jalonada por el Partido Liberal y con él en su interior, o de la candidatura solitaria del Polo propuesta por Robledo y Carlos Gaviria a los que les atemoriza un poco juntarse con los diferentes a ellos mismos.

Hoy dada la soberbia que inunda las toldas uribistas, el Acuerdo Nacional no es posible pero podemos dar pasos hacia él, si convocamos una gran convergencia democrática de diversos partidos y fuerzas políticas y sociales en pie de igualdad, un arco iris donde todos los colores son importantes pero ninguno domina a los demás.

Un aglutinamiento cuyo motor no sea solo ser el anti Uribe, sino, fundamentalmente el acuerdo sobre las reformas que alrededor de la Tierra y el Estado, y de su traspaso de las mafias a los ciudadanos, nos aclaré el verdadero camino de la Paz. A lo mejor un candidato presidencial surgido de una consulta abierta entre los precandidatos de los partidos políticos que le jalen, podría ser su impulsor en el 2010 o a lo mejor empecemos por acordar que no habrá ningún candidato si la reelección pasa con la ayuda de las curules ocupadas por las mafias.

Tengo que confesar que me muero de las ganas de hablar de estos asuntos con Cesar Gaviria, y Lucho, con Kalmanovitz y Rudolf Hommes, con Fajardo y Mockus, con José Obdulio y José Félix Lafaurie, pero sobre todo con millones de colombianos uribistas.