Revisando las entrevistas de Gustavo Petro, publicadas por El Espectador y de Jorge Enrique Robledo, publicada en la revista Cambio, se observa que el primero opina sobre el comportamiento político del segundo, que califica como de secta, y que en la respuesta Robledo recurre a la descalificación del Petro como estrategia para compensar el efecto del comentario.
Ello me sugirió la procedencia de un análisis sobre la generalidad del hecho, tratando de ser objetivo, pero renunciando a la imparcialidad, producto del peso de los argumentos y la experiencia personal en este proceso. Acá va mi análisis:
Una secta es, por definición, un grupo minoritario que se separa de un grupo mayor por diferencias surgidas de la incapacidad (por ignorancia o cualquier otra razón) o por imposibilidad de compartir algunos de los postulados que inicialmente los convocaron.
Esa incapacidad puede ser porque al ingreso no comprendieron el alcance de la propuesta, o porque, comprendiéndola, guardaron la esperanza de acumular una correlación de fuerzas que les permitiera modificar la propuesta, acercándola a su posición, la que suelen considerar como verdad absoluta.
Es innegable que en el Polo hay varias formas de entender el proyecto político. Una de ellas, la mayoritaria, ha sido constante: Gustavo Petro, Antonio Navarro y muchos otros, entre los que me incluyo, hemos militado en una propuesta política y ética consecuente con la necesidad de construir una alternativa política incluyente, democrática, que lea la realidad y permita la construcción de la respuesta en forma participativa, demócrata, activa y propositiva.
La propuesta no incluía arriesgar el proyecto para salvar grupos que se habían extinguido (eso parecía) por su incapacidad para variar un formato preestablecido que de tanto repetirlo lo asumieron como única verdad.
Puros y duros. Eso caracteriza a los sectarios.
Por eso en el Departamento de Caldas, orquestado por el MOIR, se escuchan voces que piden la expulsión de Gustavo Petro del Polo, como ya lo hicieron descalificando a Lucho Garzón y a María Emma Mejía. Antes lo habían hecho con Antonio Navarro, al que difamaron y calumniaron hasta la saciedad, como estrategia para conseguir respaldos para Carlos Gaviria en la consulta presidencial del Polo.
Su argumento estrella fue la mesiánica presentación que de Carlos Gaviria hizo Jorge Enrique Robledo, que luego convirtieron en un discurso monotemático: “Carlos Gaviria es el único ciudadano de este país al que le cabe el proyecto político en la cabeza”.
Hoy, como ayer, hablan de expulsar a los que piensen diferente. Pero se les olvida que el Polo ya existía, como proyecto político, desde 1989 (y antes) con su propuesta de Asamblea Constituyente; y ni Robledo (ni el moir, que son lo mismo) ni Gaviria acompañaron la propuesta. Es válido decir que Carlos Gaviria se convirtió en un acérrimo defensor del Estado Social de Derecho.
En el proceso se persiste en la necesidad de generar una respuesta nacional incluyente, generosa, democrática que responda a la situación política nacional. Recordemos propuestas como
En el 2005 –diciembre- se incorpora
Los que somos independientes de formatos preestablecidos y convencidos de que Colombia no necesita que la convenzan de la necesidad de mesías salvadores, así se llamen Álvaro Uribe o Carlos Gaviria, estamos convencidos de que la democracia en la política se construye en la diferencia (con unanimismos solo se forman sectas o regimientos).
Invoco a Carlos Gaviria cuando explicaba que una cosa es el respeto y otra la tolerancia, a la que definió como ‘aceptar lo no deseado’. Soy de los que respeto, y tolero hasta cierto punto. Pero creo que Colombia se merece algo mejor que el escenario unánimista propuesto desde la ultraderecha, con el uribismo a bordo, y la ultraizquierda, con el MOIR pegado.
Julián Mejía Botero, Trabajador Comunitario.
Colectivo Democrático Independiente, Caldas.
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